embarazo

El desarrollo del embrión-feto.

Curada por Eugenio Ciuccetti, obstetra

En un momento dado, la idea del nacimiento de una nueva vida se vinculó única y exclusivamente en el momento del parto; En el momento en que el niño, considerado una tabula rasa, vio la luz por primera vez y pudo ser tocado físicamente y atendido por su madre.

Hoy sabemos que no es así: ya durante el embarazo, de hecho, el feto desarrolla su propio yo bien definido, su propia identidad subjetiva, su propia vida real. Si, por un lado, la vida intrauterina está, como tal, estrechamente conectada y entrelazada con la de la madre, por otro lado ya es significativamente independiente y todo menos pasiva.

En el momento del parto, el niño que nace ya está equipado no solo con órganos, aparatos y huellas dactilares únicos, sino también, y sobre todo, de sensaciones, emociones y experiencias que formarán la base de su desarrollo futuro.

Como lo destacó Thomas Verny, psiquiatra canadiense y experto en psicología perinatal, el útero no solo es la primera cuna para el feto, sino también su primer mundo real de experiencias. Y la forma en que lo experimenta afectará profundamente la formación de su futura personalidad. El niño en el útero, por lo tanto, no es solo una entidad biológica sino un individuo psíquico y social real. Y, en gran medida, el diálogo, la interacción, que en esta fase se establece con la madre y con el entorno que los rodea, representará la piedra angular de todas sus relaciones posteriores.

Por esta razón, entonces, tal vez valga la pena resumir brevemente el extraordinario camino que el embrión primero, y luego el feto, deben viajar desde el momento de la concepción hasta el del parto. Discutiremos en otro lugar, con más detalle, los complejos mecanismos que caracterizan la fertilización. Aquí nos limitamos a recordar que esto sucede, a nivel de la tuba, cuando un espermatozoide, seleccionado naturalmente entre los millones que se eyaculan en cada orgasmo masculino, logra alcanzar y penetrar el óvulo maduro. Así, a partir de la reunión del patrimonio genético materno con el paterno, se forma un nuevo conjunto de 46 cromosomas que determinarán todo el desarrollo posterior de una nueva vida.

La célula fertilizada, que en este punto, desde la tuba, debe pasar al útero y luego anidar, comienza a dividirse de inmediato para formar un grupo real de células en forma de mora, llamada blastula. Será esto, una semana más o menos después de la fecundación, para implantarse en el endometrio materno, concluyendo efectivamente la fase de concepción.

Y a partir de este grupo de células, que además de multiplicarse, también comienzan a diferenciarse en la segunda semana después de la fertilización, dando lugar al disco embrionario y al saco vitelino, tanto la placenta como el bebé derivarán. En la sexta semana de embarazo (calculada sobre la base del último período menstrual, por lo tanto, corresponde a unas cuatro semanas desde la fecundación y dos a la primera pérdida de flujo) tendremos un embrión real con el primer boceto de cabeza, ojos, oídos, riñones, hígado. Cerebro e incluso un corazón latiendo inicial. En las siguientes semanas, este proceso continuará sin cesar y alrededor de 12 semanas se puede completar la organogénesis. De ahora en adelante ya no hablaremos de embrión sino de feto. A partir de este momento, entre otras cosas, un buen ecografista podrá mostrarle el sexo del feto.

Desde el punto de vista del mero crecimiento físico, un embrión pasa de dos milímetros de la quinta semana a 2, 5 centímetros de la octava. Y nuevamente, de seis centímetros del doceavo a dieciséis del dieciseisavo, del veinticinco del vigésimo segundo al treinta y dos del veinticuatro, del treinta y ocho del veintiocho al cuarenta y dos del treinta y dos, del cuarenta y cuatro del treinta y cinco al cincuenta y cinco de la quincuagésima segunda semana.

Lo mismo se aplica al peso: si a las doce semanas estamos alrededor de dieciocho gramos, a los dieciseisavos alcanzamos 135, los veintiuno a 450, los treinta y uno casi dos kilogramos y los cuarenta a tres libras y media.

Un embrión de unos 24 días, por lo tanto, todavía mide unos pocos milímetros, pero ya ha reunido de forma microscópica todos los fundamentos de su futuro organismo. No sólo eso. Presenta trazas evidentes de todas las funciones vitales elementales. Semana tras semana, el embarazo se caracterizará por el progresivo desarrollo físico, motor y sensorial del feto; Del crecimiento, de la especialización y del refinamiento de su identidad.

Los mismos órganos sensoriales y los centros cerebrales relacionados, además del aparato musculoesquelético, se forman desde el período embrionario y ya desde esta fase el feto comienza a reaccionar a los estímulos del mundo que lo rodea. Todos los canales sensoriales estarán activos al final del embarazo.

Ya hacia la novena semana, por ejemplo, una estimulación en la región de la boca puede provocar en él algunas reacciones motoras faciales significativas. En la undécima semana, se moverá durante más del 10 por ciento del tiempo (incluso si sus movimientos no serán perceptibles para la madre) y comenzará a realizar movimientos para respirar. Poco a poco aprenderá a chupar y tragar el líquido amniótico. Incluso puede manifestar una especie de sollozo. Alrededor de la decimosexta semana, además, habrá desarrollado el sentido del gusto y, si el útero de la madre se iluminará violentamente, reaccionará girando la cabeza e incrementando los latidos de su corazón.

A partir de las dieciocho y veinte semanas de gestación, la madre comenzará a percibir sus movimientos de una manera cada vez más clara y regular. En este punto, el feto puede mover los brazos y tocar, o incluso agarrar, algo. Un dedo, un pie, el cordón umbilical. En definitiva, hará sus primeras experiencias. Poseerá y desarrollará todos los módulos de movimiento de la especie humana. Y precisamente a través de sus movimientos, la madre sabrá interpretar los signos. Comprenderá cuándo duerme, si está despierto, si está tranquilo o agitado.

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